Artículo enviado por: Pilar Rosales Carrasco, 23 años, abogada, México, D.F., como parte de la campaña "Dile al mundo lo que piensas".
Es natural de todo ser viviente amar. Amar a nuestros padres, a nuestros hermanos, a nuestros compañeros de viaje, mascotas, naturaleza y en general a la vida. La cuestión es: ¿En qué momento se nos olvidó como hacerlo?, Muchos le echarán la culpa a sus padres o tal vez a Disney, otros a las experiencias vividas.
Tenía veintitantos años. No era alta pero tampoco chaparra, no era flaca pero tampoco gorda, era simplemente una chica más. Su parecido con todas las demás recaía en que ella también era “víctima de las decepciones amorosas”. Y la historia comienza así: un buen día, en una tarde soleada y con una sonrisa en la cara, decidió alejarse de todo contacto con el amor y partir a una tierra muy lejana, (ustedes dirán que eso no tiene coherencia pero el músculo que hace que estemos vivos estaba muy lastimado). Llegó a su destino nerviosa pero entusiasmada de que ese dolor no estaría nunca más. Los primeros días todo era nuevo y muy sencillo, se llenaba de amigos, siempre había algo divertido que hacer. Conforme fue pasando el tiempo y a pesar de que estaba rodeada de gente muy valiosa, comenzó a enfrentarse con una serie de eventos no tan afortunados. Empezando por el golpe con el fantasma de la soledad. Las grandes personas de su vida y por las que había partido a esta tierra ahora estaban lejos, algunas sólo estaban lejos físicamente, otras eran intermitentes y una había desaparecido. Ese ser que había desaparecido era el más importante, era aquel que le daba la fuerza y el valor, toda felicidad y tristeza, era el motor que la hacía andar. No se sabía nada su paradero.
Tenía veintitantos años. No era alta pero tampoco chaparra, no era flaca pero tampoco gorda, era simplemente una chica más. Su parecido con todas las demás recaía en que ella también era “víctima de las decepciones amorosas”. Y la historia comienza así: un buen día, en una tarde soleada y con una sonrisa en la cara, decidió alejarse de todo contacto con el amor y partir a una tierra muy lejana, (ustedes dirán que eso no tiene coherencia pero el músculo que hace que estemos vivos estaba muy lastimado). Llegó a su destino nerviosa pero entusiasmada de que ese dolor no estaría nunca más. Los primeros días todo era nuevo y muy sencillo, se llenaba de amigos, siempre había algo divertido que hacer. Conforme fue pasando el tiempo y a pesar de que estaba rodeada de gente muy valiosa, comenzó a enfrentarse con una serie de eventos no tan afortunados. Empezando por el golpe con el fantasma de la soledad. Las grandes personas de su vida y por las que había partido a esta tierra ahora estaban lejos, algunas sólo estaban lejos físicamente, otras eran intermitentes y una había desaparecido. Ese ser que había desaparecido era el más importante, era aquel que le daba la fuerza y el valor, toda felicidad y tristeza, era el motor que la hacía andar. No se sabía nada su paradero.
Un día decidió
ir a visitar a un amigo, había una pequeña reunión, conocía a todos excepto a
una persona. Era un integrante nuevo en esta tierra. No alto no chaparro,
tampoco gordo ni flaco, era sólo un chico más. Su amistad fue creciendo, y a
pesar de las muchas diferencias que existían entre ellos cada vez eran más
cercanos y como fruto de esta cercanía y grandes pláticas, surgió un enorme conocimiento mutuo, él le tendió la
mano y le ayudo con la búsqueda del ser desaparecido. Comenzaron por recordar
los últimos lugares en donde se le había visto, cuales habían sido sus
actividades. Las últimas risas y llantos, los chismes y las viejas
anécdotas. Se dieron cuenta que ese ser
estaba perdido entre las multitudes y las imposiciones sociales, entre los
estereotipos y la falsa idea del amor.
Fue entonces que
la joven mujer se dio cuenta que ese ser desaparecido era ella misma, buscando
el amor en el de a lado, permitiendo un montón de situaciones con tal de
sentirse amada. En ese momento pudo
mirar en su interior, sintió el pecho completamente lleno, miraba a su
alrededor y todo brillaba, pudo ver que el gran amor comenzaba en ella misma. Sin
embargo, volvió a mirar al frente y él estaba ahí. Dos chicos ni altos ni
delgados, ni gordos ni flacos, sencillamente dos chicos más, agarrados de la
mano, cada quien en su camino pero apoyándose, soltándose en los baches sin
dejarse de mirar, recordándose cuanto valían el uno al otro. Amándose a ellos
mismos para poder amar al otro.
Redactado por Pilar
Rosales Carrasco
Fotografías de Luis Fernando Jiménez Mayagoitia
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